martes, 14 de diciembre de 2010

REIVINDICANDO EL DEBER CÍVICO

            Patrick Geddes, impulsor de la denominada “ciencia cívica” y pionero del planeamiento urbanístico, criticaba que nuestra educación resulta tan libresca, tan estricta en la disciplina de las “tres R” (escritura, lectura y aritmética), y casi tan completa nuestra persistencia entre ellas, que nueve de cada diez personas, y a veces más, comprenden la letra impresa mejor que las ilustraciones y las ilustraciones mejor que la realidad. Hoy en día, la televisión y más recientemente internet, hace que unas cuantas imágenes retocadas produzcan más efecto en el espíritu de la gente que la visión directa de la belleza de los paisajes que nos rodean. Muchos ceutíes son incapaces de apreciar la magnífica luz que nos ilumina, el clima tan benigno que disfrutamos, el valor de los numerosos bienes culturales que jalonan nuestro entorno o la extraordinaria riqueza del mar que baña las costas de Ceuta. Estos mismos conciudadanos hablan maravillas de las atestadas playas de la costa del Sol o del buen rato que pasaron con sus hijos en el  parque de atracciones “Selwo”, mientras que desconocen los rincones más bellos de la ciudad en la que habitan.
            Al igual que muchos se vuelven ciegos ante la belleza de sus calles y ante los elementos de su vida y herencia, también les ocurre lo mismo en cuanto a sus aspectos lamentables. Así tiende a ignorar la degradación urbanística y ambiental de muchas barriadas de la periferia, los problemas derivados de una ausencia total de gestión de residuos o la grave situación socioeconómica que padecen muchos de nuestros vecinos. Sin embargo, incluso estos problemas los apreciamos más fácilmente mediante la breve crónica periodística que mediante la tumultuosa miseria que demasiado a menudo encuentran nuestros ojos.
            La escasa conciencia cívica de los ciudadanos puede aprehenderse mediante simples preguntas como quienes son los consejeros del gobierno autonómico. También desconocen casi toda la historia de su propia ciudad, incluso la quieren olvidar: a menudo les parece pequeño y mezquino interesarse en sus problemas. Hasta los jóvenes mejor formados que poseen espíritu reflexivo no son todavía ciudadanos por su pensamiento o por su actuación. De no estar absorbidos por la política partidista, piensan por lo corriente en convertirse en empleados públicos; la administración pública es familiar a todos, pero el “servicio cívico” es una frase que se oye rara vez y una ambición aún más rara.
            El servicio cívico se puede prestar desde muy variadas modalidades. Una de ellas es la implicación directa en la conservación de nuestro medio natural y el mantenimiento de los espacios libres comunes. Resulta triste que los jardines de muchas zonas se encuentren abandonados, cuando no sellados con cemento como ocurre en la barriada de los Rosales. Parte de nuestras “obligaciones sociales” las  podríamos cumplir no con dinero, a través de los impuestos, sino con tiempo y servicios a la comunidad. De este modo, abriríamos la posibilidad a una reabsorción de la administración, que es la natural y próxima reacción ante la imparable multiplicación burocrática manifestada en el elevado número de empleados públicos. Resulta claramente insostenible, en el plano económico, los desorbitados gastos de personal en los presupuestos de la Ciudad Autónoma. Como ciudadanos no podemos descargar en la administración toda la responsabilidad del correcto funcionamiento de la ciudad.  Al igual que el ayuntamiento tiene la obligación de cortar de raíz la burocracia tentacular que, como el legendario Laoconte,  amenaza con fagocitar el propio sistema por él creado.
            Todos tendríamos que reflexionar sobre el grado de implicación que tenemos con nuestra ciudad. La idea de que las administraciones públicas pueden resolver todos nuestros problemas desde una posición ciudadana apática y egoísta nos conduce a un profundo abismo. De nada sirve que todos los años se aumente el número de efectivos de la Policía Local si los propios ciudadanos no estamos dispuestos a modificar nuestras actitudes. Confiar en un sistema puramente oficial de vigilancia es alimentar ilusiones burocráticas. Hasta que cada ciudadano, como tal, no sea un policía y el vasto mundo sea su distrito, no tendremos el mínimo de garantía necesaria contra posibles brotes de delincuencia personal o colectiva.
Algo similar sucede en el caso de la limpieza urbana. La ciudad gasta una enorme cantidad de dinero en mantener una desproporcionada legión de barrenderos por todo Ceuta y los resultados no siempre son satisfactorios. Nada de extrañar teniendo en cuenta la facilidad con la que arrojamos un papel por la ventana del coche o vertemos los residuos allí donde nos place. No obstante, en este tema de los residuos la ciudad mantiene aún una deuda pendiente en la dotación de los medios básicos que faciliten la implicación activa de los ciudadanos en la correcta gestión de las basuras que generamos. 
La sensación que cada día más personas tenemos es que el actual sistema requiere una profunda revisión. Tanto la administración como los “administrados” debemos cambiar los principios que rigen su indisociable relación. Los ciudadanos tenemos que involucrarnos en la resolución de los problemas de la ciudad, ofreciendo nuestro tiempo y conocimientos a favor de la comunidad. La participación ciudadana tiene que pasar de ser un derecho a convertirse en una obligación. Recuperemos el sentido de juramento de la juventud ateniense: “nunca deshonraremos a ésta, nuestra ciudad, con acto alguna de deshonestidad o cobardía, ni nunca abandonaremos a nuestros camaradas que aguantan en las filas. Combatiremos por los ideales y cosas sagradas de la Ciudad, a solas y con muchos. Respetaremos y obedeceremos las leyes de la Ciudad y haremos cuanto esté a nuestro alcance para suscitar un respeto y una reverencia iguales en aquellos que están por arriba de nosotros y que podrían anularlas o reducirlas a nada. Nos esforzaremos incesantemente por promover el sentido del deber cívico en el público. Así, en todas estas formas, transmitiremos esta Ciudad, no sólo no menor sino mayor, mejor y más hermosa de lo que nos fue transmitida a nosotros”. Ya que se ha apuesta de moda en Ceuta llenar la ciudad de referencia a la antigüedad clásica mediante esculturas alegóricas, nosotros proponemos que el texto del Juramento de los Jóvenes Atenienses figure en una lugar visible de Ceuta para que recordemos las obligaciones inherentes a nuestra condición de ciudadano, en el sentido más profundo de este término. No  estaría tampoco mal que los mandatarios de la ciudad impriman estas sabias palabras en letras de oro, las enmarquen y las tengan siempre presente cada vez que tenga que adoptar una decisión importante para el futuro de Ceuta.

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